Lunes, 6 de marzo
Lc 6,36-38: “Sean misericordiosos, como
el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no
condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les
dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante.
Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes”
El
primer versículo del evangelio nos ilumina con cuatro verbos: sean misericordiosos, no juzguen, no
condenen y perdonen. Deberíamos confrontar estos cuatro verbos con nuestra
vida y preguntarnos cómo los estamos llevando adelante.
Tres de
los verbos que emplea Lucas son claros y más fáciles de entender, pero a veces
cuesta comprender el segundo verbo: no
juzgar. Sabemos que es imposible ir por la vida sin hacer juicios con
respecto a los acontecimientos, incluso a los más insignificantes. Pero en el
Evangelio, el no juzgar está conectado con la misericordia, con la compasión,
que es la forma que tiene Dios de mirar el mundo; y su forma de acercarse al dolor del ser
humano es la ternura. Nosotros podemos hacer visible el Rostro de Dios con la
compasión y la ternura. Lo que Jesús nos pide es que los inevitables juicios de
la vida, siempre los hagamos con profunda y total misericordia. Un corazón
compasivo siempre juzga según el Evangelio.
Espíritu Santo,
despierta en nuestra interioridad la ternura, la compasión, la mirada confiada
Martes, 7 de marzo
Mt 23,1-12: “… hagan y cumplan todo lo que
ellos es digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen…; no se hagan llamar maestro, porque no tienen
más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen
padre, porque no tienen sino uno, el Padre celestial. … El más grande entre ustedes
será el que los sirva, porque el que se ensalza será humillado, y el que se
humilla será ensalzado”.
‘No hacen lo que dicen’. Es la frase lapidaria de Jesús
para demostrar la incoherencia y la hipocresía de los escribas y fariseos. El
Señor no anula el contenido de sus enseñanzas, pareciera que están más o menos
en consonancia con la verdad de la fe. Pero sí desnuda su falsedad y su
religiosidad solo de la apariencia. ¡Cuántas veces estas mismas actitudes se
repiten en nuestras familias y comunidades cristianas!
Pidamos
al Señor la gracia de ser auténticos en nuestra experiencia de fe. Que siempre
podamos abrir el corazón al único Maestro, Padre y Doctor con mayúscula, que es
nuestro Dios, para que Él nos transforme en verdaderos discípulos misioneros
del Reino de los cielos.
Enséñanos Jesús, a entender la vida como un servicio a los demás.
Miércoles, 8 de marzo
Mt 20,
17-28: “Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo
hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo
condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado,
azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará… la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a
Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. ¿Qué
quieres?, le preguntó Jesús. Ella le dijo: Manda que mis dos hijos se sienten
en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. No saben lo que piden,
respondió Jesús…”
Los
Doce no terminan de entender el mensaje del Señor. El Maestro anuncia su
pasión, muerte y resurrección y la madre de los hijos de Zebedeo, junto con
ellos, le pide a Jesús un lugar de privilegio en su futuro Reino. El Señor
anuncia un mesianismo espiritual que pasa por el sufrimiento y ellos están
pensando en categorías mundanas y gloriosas. El Maestro dejará en claro que ese
no es el camino. Y lo hace, no solo con estos dos, sino con los otros diez.
Jesús aprovecha el contexto suscitado por la pregunta para hacer una catequesis
sobre el poder y la autoridad en la comunidad del Reino. Así como el Señor es
el servidor por excelencia porque da la vida en rescate de la humanidad, de la
misma manera sus discípulos tenemos que ser servidores los unos de los otros.
Pensemos
nuestra vida a la luz de esta palabra. Recordemos que: da vida quien ama y
libera, quien sirve a los demás. «El
servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la
Iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia. Así como la Iglesia es
misionera por naturaleza, también brota necesariamente de esa naturaleza la caridad
efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve» (EG 179).
¿Para qué estamos en
este mundo? Tú, Jesús, lo tenías muy claro: para dar vida dando la vida. ¿Acaso
hay vocación más hermosa, que dar vida abundante?
Jueves, 9 de marzo
Lc 16,19-31: “Había un hombre rico… y un
mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal y ansiaba saciarse con lo que
caía de la mesa del rico... Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán
caso ni aunque resucite un muerto”.
Compartimos
la parábola del rico y el pobre Lázaro. Es un texto que solo Lucas nos
transmite. Posee muchas enseñanzas diferentes conectadas entre sí. Señalemos
algunas para reflexionar. La primera de ellas es que queda en evidencia que
todo gesto de esta vida terrena tiene consecuencias directas en la futura vida
eterna. Nada de lo que hagamos o dejemos de hacer aquí será irrelevante para el
futuro. La segunda constatación tiene que ver con la insensibilidad del rico
con respecto al pobre Lázaro. No fue capaz de darse cuenta que Lázaro estaba en
la puerta de su casa, anhelando lo que a él le sobraba.
‘El verdadero problema del rico –dice el Papa Francisco-,la raíz de sus males está en no prestar oído
a la Palabra de Dios; esto es lo que lo llevó a no amar a Dios y por tanto a
despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar
la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios’.
Qué en esta Cuaresma
podamos madurar en nuestra preparación terrena para la vida eterna y preguntarnos:
¿quiénes serán los "pobres Lázaros" que hoy yacen en la puerta de
nuestra vida?
Viernes, 10 de marzo
Mt 21,33-46: Un hombre poseía una tierra y
allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de
vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando
llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los
frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro
lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros
servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma
manera. Finalmente, les envió a su propio hijo (…)
La
parábola de los viñadores homicidas es una alegoría de lo que acontece en la
historia del Pueblo de la Primera Alianza con el rechazo de Dios en sus
profetas y enviados y, en el mismo Jesucristo. Tal vez en un punto los
cristianos podamos sentirnos alejados de este tema dado que hemos aceptado que
el Maestro es realmente el Mesías. Sin embargo podría ser muy bueno para
nuestro camino espiritual preguntarnos si en la vida cotidiana no rechazamos a
Cristo. Lo podemos rechazar con nuestra tibieza, nuestra mediocridad, nuestra
falta de compromiso y tantas otras actitudes que no son dignas del verdadero
discípulo misionero del Señor.
En
Jesús, su Hijo entregado, Dios lo dijo todo y lo dio todo. Ya no tiene más.
¡Hasta ahí llegó la locura de amor del Padre por todos! Y ahí sigue Jesús,
llamando a cada puerta. Hagamos silencio. Escuchemos a Jesús. Que Él ilumine las
oscuridades que llevamos dentro. Jesús en persona se aproxima a nuestro camino,
quiere entrar en nuestra historia. Dejémonos encontrar por Él.
Jesús, peregrino de
amor. Aquí nos tienes. Estamos dispuestos a abrirte la puerta de nuestra vida.
Tú que tienes paciencia con nosotros, no pases de largo.
Sábado, 11 de marzo
Lc 15,1-3.11b-32: «Cuando todavía estaba
lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr se le echó al cuello,
y se puso a besarlo»
En la
parábola narrada en el evangelio de hoy, Jesús revela su experiencia de Dios
como un Padre que ama con igual medida tanto a su hijo mayor como al menor; la
diferencia de ese amor la impone la forma de reaccionar de los dos hijos. El
mayor cree que tiene los méritos suficientes para ganarse todo el amor del
padre, porque no le falló en ninguno de sus mandatos y por tanto tiene que ser
recompensado, mientras que la conducta del menor, debe ser castigada. Lo
incomprensible de la parábola es comprobar que el hijo menor es quien acapara
el amor del Padre a pesar de todo lo que ha hecho. La parábola, ante las
actitudes de los dos hijos, destaca la figura del padre, que en ningún momento,
pierde la esperanza de recuperar a ese hijo que se fue, con la esperanza de que vuelva y, cuando lo
ve aparecer, corre hacia él, lo abraza, lo llena de besos y no le recrimina su
actitud, al contrario, organiza un banquete para celebrarlo. ¡Cómo es el Padre!
No pierde de vista al que se aleja, ve de lejos al que se acerca. Se conmueve.
Echa a correr. Se funde en un abrazo de alegría con quien vuelve. Hoy nos podemos preguntar ¿Cuál es
la imagen de Dios que tenemos hoy? ¿Ha cambiado a lo largo de los años? Es una
imagen de misericordia o de juez a nuestra medida? ¿Qué imagen comunicamos?
¿Qué experiencia de misericordia tenemos y comunicamos?
Domingo 12
marzo (3er Domingo de
Cuaresma)
Juan 4,5-42: “Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que
dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del
camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta. Llega una
mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:«Dame de beber»…
Un pozo, una mujer y Jesús encuadran el Evangelio de
este domingo.
“Dame de beber”
La sencilla petición de Jesús es el comienzo de un diálogo, mediante el cual
Él, entra en el mundo interior de la Samaritana, a la que, según los esquemas
sociales, no habría debido ni siquiera dirigirle la palabra. Jesús cuando ve a
una persona va adelante porque ama. No se detiene nunca por prejuicios. Jesús
pone a la samaritana ante su situación, sin juzgarla, haciendo que se sienta
considerada, reconocida, y suscitando así en ella el deseo de ir más allá de la
rutina cotidiana.
Jesús le pide de beber para poner en evidencia la
sed que había en ella misma. La mujer queda tocada por este encuentro: dirige a
Jesús esos interrogantes profundos que todos tenemos dentro, pero que a menudo
ignoramos.
La cuaresma es el tiempo oportuno para mirarnos
dentro, para hacer emerger nuestras necesidades espirituales más auténticas, y
pedir la ayuda del Señor en la oración. El ejemplo de la samaritana nos invita
a expresarnos así: «Jesús,
dame de esa agua que saciará mi sed eternamente». (Reflexión del Papa
Francisco)