LECTIO DIVINA - 5º DOMINGO DE CUARESMA

5º Domingo DE CUARESMA

 
EL GOZO EN EL DIOS DE LA MISERICORDIA

Antes de entrar en la gran semana de nuestra Redención, el quinto domingo de Cuaresma nos ofrece, en sus lecturas, esa dimensión inaudita e irrepetible de lo que es el proyecto de salva-ción sobre nosotros.
Del libro de Isaías, de la carta a los Filipenses y del evangelio de Juan brotan los tonos más íntimos del proyecto de Dios que quiere renovar todas las cosas, que perdona hasta el fondo del ser sin otra contrapartida que la disponibilidad humana.
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TEXTO BIBLICO   Jn 8, 1-11
 
“Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en me-dio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» E inclinándo-se de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha conde-nado?» Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.”

PARA COMPRENDER LA PALABRA

 El fragmento evangélico de hoy, es de San Juan, pero es muy cercano a los acentos que pone Lucas en el ministerio de Jesús: su misericordia para con los pecadores y los marginados.
Jesús pasó la noche en oración en el Monte de los Olivos y al amanecer va al templo. Se sienta como los rabinos para la enseñanza. La gente, maravillada por las ense-ñanzas y las obras de Jesús, se aproxima y le rodea para escucharlo.
Escribas y fariseos, autoridades religiosas judías, garantes y especialistas de la ley de Moisés, recurren a él, llevándole una pecadora sorprendida en adulterio, a la cual ponen en medio.
Es una trampa puesta a Jesús: si resuelve el caso a favor de la mujer y la absuelve, viola las prescripciones claras de la Ley de Moisés; si resuelve que debe ser lapidada, no dejará de tener problemas con los romanos, o, peor aún, estará contradiciendo esos principios del perdón y misericordia por los que se ha guiado hasta ahora.

Jesús escribe sobre el suelo, … El maestro discierne y decide mientras escribe en el suelo, pero no juzga a sus adversarios, ni dicta sentencia contra la mujer.
Sin juzgarlos, Jesús sale airoso. Por eso devuelve al pecado y a la ley toda su fuerza para hacerlos recaer sobre los acusadores. Los desenmascara y les pide que sean sus propios jueces con el mismo rigor que han usado contra la mujer. Y a la mujer la libera del círculo cerrado y acusador de sus enemigos.

Jesús sabe que se están sirviendo de ella para tenderle una trampa. Él continúa es-cribiendo hasta quedar sólo frente a la mujer y mantener el diálogo con ella. La mujer acusada será la única que podrá aprender. Jesús no excusa el pecado y perdona, al mismo tiempo, a la pecadora: “No vuelvas a pecar”. Al final “dos se encontraron, la miseria y la misericordia” La frase última del texto “vete y ya no vuelvas a pecar”, típica de los relatos de milagro, expresa la nueva realidad que Jesús inaugura: el cambio de vida por una experiencia profunda de haber encontrado al “salvador”.

PARA ESCUCHAR LA PALABRA

Identificados con los acusadores, puede ocurrir  que también nosotros, ocultemos  nuestros pecados sin abrirnos al amor de Dios y así nos incapacitamos a ofrecer el perdón.
Porque nos sentimos poco perdonados, porque estamos en conflicto interno con no-sotros mismos, porque no estamos pacificados íntimamente, es por lo que nos esta-mos volviendo acusadores, conflictivos y productores de discordias.
•    ¿Cuáles serán esos pecados “olvidados” pero no perdonados, que no me ha-cen capaz de perdonar?
Quien intenta ser bueno a base de condenar a su semejante, no respeta la voluntad de Dios ni logrará que su propio pecado permanezca escondido.
•    ¿Cuál es mi actitud para con el hermano al que veo en situación de pecado?
El Señor no niega ni la culpa de la mujer ni la razón de la ley; se opone a que el pe-cador, por más oculta que permanezca su culpa, se haga juez del prójimo que ha pe-cado.
Al final, cuando sólo él podía condenarla, pues sus acusadores habían desapareci-do, le recomendará que no vuelva al pecado; librándola del castigo merecido, le da una nueva oportunidad; no le importa el pecado pasado, si es el último.
•    ¿Valoro el amor de mi Señor, siempre dispuesto a ofrecernos una nueva posi-bilidad? ¿Si lo conocemos así de bueno, a qué viene el que no nos sintamos con fuerza para confesarle nuestras infidelidades?,
•    ¿Por qué tanta verguenza en declararnos pecadores, si tenemos por seguro el perdón y la defensa contra nuestros acusadores?
Si nos faltan ánimos para buscar el perdón de Dios, es que nos falta fe en su volun-tad de perdonarnos.
•    ¿Por qué tener miedo a hacer público nuestro pecado, si Dios hará entonces pública su misericordia?

PARA ORAR CON LA PALABRA

¡Qué buena lección más das, Señor! porque pones al descubierto que los que nos tenemos por ‘justos’ pasamos señalando a los pecadores. ¡Qué buena lección más das, Señor! Ya que me haces descubrir qué tan grande es tu amor para los pecado-res.
Me he creído bueno porque sé descubrir la maldad ajena ocultando la propia. Tu pa-labra me hace descubrir lo que tanto oculto: mi pecado. Y como no me sé perdonado tiendo a proyectar mis propias faltas en los otros. ¡Qué inconsciente y falto de miseri-cordia he sido! Y ¡qué ávido de ella me encuentro! ¡Qué fácil es señalar al otro cul-pándolo de lo que hay en mí, oculto!.
También reconozco que estoy representado en la mujer pecadora. Puesto que mi mi-seria está a la vista de todos. Soy pecador público. He prostituido mi fe confiando en falsas seguridades. Hay realidades que ocupan mi corazón y mis atenciones que só-lo tú deberías ocupar.
Hoy te pido que me ayudes a configurarme con tu corazón misericordioso, consciente de mi propia miseria, para tratar como tú tratas a los demás, sobre todo al hermano más débil. Que me sepa objeto de tu misericordia, desde mi miseria, para comunicarla perdonando de corazón a quien haya pecado.