Las lecturas que la liturgia nos propone
para este 33º domingo durante el año,
nos recuerdan que la historia de la salvación llegará un día a su fin.
El
profeta Malaquías evoca el juicio definitivo de Dios, que puede ser
condenatorio o salvador.
El
salmista nos dice que Dios llega a nosotros trayendo en sus manos la salvación
y la victoria.
Y
el evangelio, con la probable referencia a la destrucción de Jerusalén en el
año 70, nos invita a mantenernos fieles al mensaje en cualquier momento de
nuestra existencia, por difícil y doloroso que pueda ser
TEXTO
BÍBLICO: Lucas 21,5-19
“Y como algunos, hablando del Templo, decían
que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «De
todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo
será destruido». Ellos le preguntaron» «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y
cuál será la señal de que va suceder?». Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se
dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy
yo", y también: "El tiempo está cerca". No los sigan.
Cuando
oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto
ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin». Después les dijo: «Se
levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos;
peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y
grandes señales en cielo. Pero antes de todo eso, los detendrán, los
perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán
ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que
puedan dar testimonio de mí.
Tengan
bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una
elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni
contradecir. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus
parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos
a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la
cabeza. Gracias a la constancia salvarán
sus vidas”.
PARA
COMPRENDER LA PALABRA
En este domingo la liturgia nos invita a mirar hacia el
futuro. Ante la pregunta "¿cuándo?", Jesús responde alertando sobre
el peligro que proviene de los falsos profetas con sus engaños y mentiras. Este
discurso, llamado "escatológico", encaja en el contexto de la
predicación del Reino de Dios.
Jesús tiene conciencia de que el Reino está irrumpiendo a
través de su persona en el momento presente. No es necesario seguir esperando a
que Dios intervenga, poniendo punto final a la historia humana: "El Reino está en medio de ustedes",
pero falta la consumación plena. Por eso, el evangelio invita a mirar al
futuro, pero viviendo con intensidad el presente.
El ser humano tiene futuro. En medio de una sociedad tan necesitada de
escuchar noticias que aporten esperanza al mundo, los cristianos estamos
llamados a "dar razón de nuestra esperanza", cuyo fundamento tiene un
nombre "Jesucristo". Sólo desde Jesucristo, crucificado y resucitado,
se nos revela el futuro último para la humanidad.
La resurrección ha introducido en nuestra historia una
realidad nueva, que revoluciona y transforma las pobres expectativas humanas.
Desde esta nueva luz ya se puede mirar y comprender la vida y la historia de
manera nueva. Desde Cristo, la esperanza crea una dinámica de crítica y
esfuerzo: es posible mejorar al mundo; es posible esperar contra toda
esperanza.
Jesús está presente entre nosotros, pero a la vez está
delante de nosotros como meta, como horizonte al que mirar. De este modo nos
estimula la creatividad social y política en todos los niveles; nos estimula la
fantasía y la capacidad de proyectar un futuro distinto y mejor.
El
ser humano es un ser esperanzado, utópico. Este carácter utópico, en
terminología eclesial "escatológico" es algo constitutivo de la
existencia humana, de la historia y del mundo; es un modo de leer, de
comprender y asumir la vida, la historia y la realidad no como algo cerrado,
predeterminado, sino como algo dinámico, abierto a nuevas posibilidades y en
continua tensión hacia un futuro último, absoluto. Esa mirada hacia el futuro
hace importante el presente, le ofrece un criterio de valoración, de
orientación y de discernimiento. En el
evangelio del Reino de Dios nos encontramos con la siguiente tensión: por una
parte, el final está pendiente, todavía no ha llegado ni se sabe "cuando"; pero, por otra, ese mundo que
esperamos ya ha comenzado a hacerse presente y operativo.
LA
ESPERANZA NO ES FÁCIL.
En nuestro
mundo no es fácil mantener encendida la estrella de la esperanza, pues se ha de
vivir en una historia, en un mundo dominado por el imperio del mal, donde
impera la injusticia, la mentira, la violencia, el sufrimiento, la muerte...
En estas
circunstancias, la Palabra de Dios nos invita a que trascendamos la situación
actual, a que dirijamos nuestra mirada hacia el futuro de Dios, que ya está
actuando en el presente.
A partir de ese futuro prometido, la
situación actual de opresión, explotación, violencia, no se ha de vivir como
simple determinismo histórico, sino como un pecado personal, social y estructural.
Esperar es luchar contra este pecado; es oponerse a los dioses de este mundo y
optar por Jesús y su nuevo orden de justicia, verdad y paz. Pero esta esperanza
crece y se vive en un terreno difícil, ya que los dioses de este mundo se
opondrán con todas sus fuerzas y estrategias a que el pueblo se libere de los
nuevos faraones.
Por eso Jesús, consciente de esta dificultad,
nos advierte: "Los perseguirán y los entregarán a la cárcel... y hasta sus
amigos los traicionarán y a algunos de ustedes los matarán y todos los odiarán
por mi causa". Pero nos promete que Él estará con nosotros y nos
protegerá. Por eso, no hay esperanza auténtica, activa y liberadora sin miedo,
sin angustia; es la otra cara de la esperanza y hace que la esperanza sea
previsora de lo que va a suceder y así poner los medios. El estar muy animosos
sin esa previsión, aleja de lo real. Por otro lado, la previsión sin el ánimo
esperanzado nos acobarda, nos hace depresivos, agresivos, nos autodestruye.
Hay que aprender a esperar en medio de peligros y aprender la lección
del miedo, que nos hace ser realistas. Esta experiencia de miedo y angustia no
hay que reprimirla, sino expresarla, ya que es necesaria para preservar la
esperanza cristiana sobre la esperanza de optimismos fáciles, para precavernos
contra falsos profetas, que dicen: "Paz, paz, y no hay paz"; contra
los ligeros y superficiales profetas del sistema que gritan: "Alegría,
alegría", cuando nos rodea por todas partes el llanto.
La esperanza nos libera de semejantes errores, pero no podemos
olvidar que el núcleo y fundamento de nuestra esperanza no son las fuerzas y
estrategias humanas, sino la confianza total en la promesa y en la fuerza de
Dios que triunfa en la debilidad. Esta esperanza nos aporta la luz de que la
última palabra sobre la historia ya está dicha. No será ninguna potencia
humana, ningún dictador, ninguna clase dominante quien decidirá el destino del ser
humano. Es el amor de Dios que resucitó a Jesús y en Él todos resucitaremos.
PARA VIVIR LA PALABRA
¿Qué signos de
desesperanza detectas tanto en la sociedad como en la Iglesia? Señala algunos.
¿Crees que en el fondo
son crisis de esperanza o lo que se pone en crisis son sus fundamentos? Razona
tu respuesta.
¿Qué falsos profetas de
esperanza detectas?
¿Qué signos de
esperanza auténtica detectas en la sociedad y en la Iglesia?
P. Paco Ruiz
sdb