26º SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
Lunes 30 de setiembre: San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia (MO)
Lucas 9,46-50 “ El que reciba a este niño en mi nombre, me recibe a mí”.
Los discípulos más cercanos a Jesús creían ser importantes porque eran parte del círculo íntimo de sus seguidores. Además, el Señor les había dado poder sobre los demonios y las enfer-medades y para predicar el Evangelio. Por eso les parecía natural deducir que merecían un favor y una dignidad especiales en el Reino de Dios. Esto los llevó a discutir cuál de ellos era el más importante. No habían logrado asimilar lo que Jesús les acababa de anunciar: que él iba a ser traicionado y entregado a los hombres. Él se entregaría hasta la muerte y pedía a sus discípulos que hicieran lo mismo. Jesús trataba de hacerles ver que la grandeza en el Reino de Dios no es algo que pertenezca a un grupo exclusivo, ni que se vea en demostraciones de po-der. Cristo sabía que los discípulos no entendían correctamente, así que aprovechó la oportu-nidad para enseñarles. Les presentó un niño y les enseñó los valores del Reino de Dios: no buscar la gloria y el poder mundano, abrazar la humildad y el servicio y aceptar a todos, hasta al más humilde. La grandeza en el Reino de los cielos es un regalo que Dios concede a quienes lo sirven con fe, sinceridad y humildad, y no se obtiene rodeándose de gente de influencia, sino aceptando y haciendo la voluntad de Dios.
“Señor Jesús, enséñanos a ser verdaderamente humildes. Ayúdanos, Señor, a no buscar grandeza ni importancia en este mundo, sino más bien a servir a todos con amor y humildad.”
MEMORIA DE SAN JERÓNIMO, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Dalmacia, estudió en Roma, cultivando con esmero todos los saberes, y allí recibió el bautismo cristiano. Después, captado por el valor de la vida contemplativa, se entregó a la existencia ascética yendo a Oriente, donde se ordenó de presbítero. Vuelto a Roma, fue secretario del papa Dámaso, hasta que, fijando su residencia en Belén de Judea vivió una vida monástica dedicado a traducir y explicar las Sagradas Escrituras, revelándose como insigne doctor. De modo admirable fue partícipe de muchas necesidades de la Iglesia y, finalmente, llegando a una edad provecta, descansó en la paz del Señor (420).
Octubre: Intención del Santo Padre
Para que el soplo del Espíritu Santo suscite una nueva primavera
Misionera en la Iglesia
Martes 1º de octubre Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia (MO)
Lucas 9,51-56 “Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén”.
Jesús emprendió el viaje a Jerusalén, con plena decisión, pese a todo el rechazo y el sufrimiento que sabía que encontraría. Cuando los samaritanos lo rechazaron, permaneció resuelto a cumplir su propósito, aun cuando dos de sus más cercanos discípulos se indignaron. En esto vemos un modelo para nuestra propia vida, en la que encontramos tantas pruebas y desencan-tos. Pero Dios quiere que tengamos la mirada fija en la gloria a la que nos llama, para que en cada situación sigamos avanzando decididamente hacia nuestro glorioso destino. Es preciso observar cómo vivió Jesús su propia enseñanza. Había dicho a sus discípulos que debían amar a sus enemigos, bendecir a quienes los maldijeran y ofrecer la otra mejilla a quienes los golpearan. Ahora no permitió que sus discípulos se dejaran llevar por la cólera contra los pueblos que no lo habían recibido. Jesús no quiere que usemos el enojo ni la fuerza para tratar de convencer a las personas, para que acepten la buena nueva. Debemos seguir el ejemplo de Jesús, que habló la verdad con amor, pero sin obligar a nadie.
“Señor, concédenos una porción de la gloria que Dios tiene reservada para la Iglesia, y ayúdanos a seguir el camino de Jesús en forma resuelta y gozosa.”
Memoria de Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la iglesia, que entró aún muy joven en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Lisieux, llegando a ser maestra de santidad en Cristo por su inocencia y simplicidad. Enseñó el camino de la perfección cristiana por medio de la infancia espiritual, demostrando una mística solicitud en bien de las almas y del incremento de la Iglesia, y terminó su vida a los veinticinco años de edad, el día treinta de septiembre († 1897)
Miércoles 2 de octubre Santos Ángeles Custodios (MO)
Mateo 18,1-5.10: Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo, están constantemente en presencia de mi Padre celestial».
La Iglesia siempre ha enseñado que cada hombre está confiado a la protección y guía de un ángel custodio. A veces nos puede llegar a parecer que es un cuento de niños, pues nosotros, en la mayoría de los casos, nos olvidamos de ellos. Sin embargo, Jesús mismo nos recuerda que esto es verdad y que cuidan con especial interés de los pequeños y sencillos. Su principal tarea es velar por nuestro bienestar espiritual y ayudarnos a llegar justamente donde queremos: contemplar el rostro de Dios. El ángel custodio es como un amigo que nos quiere ayudar a superar todas las dificultades, pero si nosotros no lo dejamos, él nos respeta. Dios no nos abandona nunca: cada vez que lo necesitemos vendrá un ángel suyo a levantarnos y a infun-dirnos consolación. “Ángeles” alguna vez con un rostro y un corazón humano, porque los Santos de Dios están siempre aquí, escondidos en medio de nosotros. Esto es difícil de entender e incluso de imaginar, pero los Santos están presentes en nuestra vida. Y cuando alguno invoca a un Santo o a una Santa, es precisamente porque está cerca de nosotros. (Papa Francisco).
Jueves 3 de octubre Primer Jueves de mes
Lucas 19,1-12: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más … Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
Cuando Zaqueo descubrió quién era Jesús, se sintió conmovido, y sus palabras son expresio-nes de un hombre transformado en su espíritu, para quien amaneció la luz y llegó la salvación. Es la manifestación de alguien que ha conocido a Jesús y ha sido liberado para amar y servir a Dios y al prójimo. Los recaudadores de impuestos eran despreciados por los judíos devotos. Eran gente rica, pero conocidos como deshonestos y explotadores. Zaqueo era un “jefe de co-bradores de impuestos y persona de mucho dinero”, es decir, era la personificación de todo lo que los judíos despreciaban, aparte de que dirigía las actividades de los demás recaudadores que tenía a su cargo. No sabemos cuál era su motivación, pero nos consta que Zaqueo quería conocer a Jesús, y como era bajo de estatura, subió a un árbol para verlo mejor. El Señor, viendo su afán, le dijo: “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa.” Baja, Zaqueo, no puedes conocerme si me ves sólo de lejos. Zaqueo obedeció al instante, lleno de alegría. No sabemos cómo fue la visita de Jesús a su casa, pero una cosa es cierta: Zaqueo llegó a ser una persona completamente diferente. Se sintió liberado, pudo reconciliarse con aquellos a quienes había estafado, y aprendió a amar y servir a sus hermanos de una manera diferente. “Señor Jesús, yo también quiero conocerte personalmente. Te invito a venir a cenar a mi casa, es decir, que entres en mi corazón, y así me des una vida nueva de paz, armonía y salud, no sólo a mí sino también a mi familia. Gracias, Señor.”
Viernes 4 de octubre San Francisco de Asís (MO) Primer viernes de mes
Lucas 10,13-16 “El que los escucha a ustedes, a mí me escucha”.
Jesús acababa de dar instrucciones a sus discípulos para la misión que les encomendaba y les advertía que ciertos pueblos no los acogerían. Cristo había venido a comunicar al pueblo la verdad de que Dios les ofrecía vida y paz; ahora enviaba a sus discípulos a ser sus portavoces, de modo que aceptar o rechazar el mensaje que ellos anunciaban, equivalía a aceptar o recha-zar a Dios mismo. Quienes escucharan la predicación tendrían que tomar la decisión más im-portante de su vida, ya que su destino eterno dependería de su respuesta. El Señor pronunció una lamentación por lo que les tocaría sufrir a las ciudades que lo habían rechazado y eso debe haber infundido un profundo sentido de responsabilidad en los discípulos, por la tarea que el Señor les encomendaba.
Los creyentes de hoy, compartimos el llamado a “propagar el Reino de Cristo por toda la tierra”. Cada cual tiene su campo particular de misión allí donde está: la familia, el lugar de trabajo, el vecindario, la política…. Lo que suceda con las personas con quienes vivimos y trabajamos, es muy importante para Dios y, por eso, a fin de que estemos bien equipados y preparados para una misión tan importante, Jesús nos ofrece su ayuda mediante la acción del Espíritu Santo, que se hace presente en la oración, la reflexión de su Palabra y su presencia en la Sagrada Eucaristía. “Jesús, Señor y Salvador mío, concédeme el deseo de trabajar para que muchas otras personas te conozcan. Quiero ser instrumento tuyo para que otros hombres y mujeres entren en tu Reino.”
MEMORIA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS, que, después de una juventud despreocupada, se convirtió a la vida evangélica en Asís, localidad de Umbría, en Italia, y encontró a Cristo sobre todo en los pobres y necesitados, haciéndose pobre él mismo. Instituyó los Hermanos Menores y, viajando, predicó el amor de Dios a todos y llegó incluso a Tierra Santa. Con sus palabras y actitudes mostró siempre su deseo de seguir a Cristo, y escogió morir recostado sobre la nuda tierra († 1226).
Sábado 5 de octubre Primer sábado de mes
Lucas 10,17-24 “ Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.
El poder para expulsar demonios que habían recibido y ejercían los setenta y dos discípulos demostraba que éstos gozaban de una nueva relación con el Padre por medio de Jesucristo. Jesús había venido a establecer el Reino de Dios y a poner fin al dominio de Satanás. Ahora, como resultado de la fe y la obediencia a Cristo, los primeros discípulos eran capaces de parti-cipar en el adelanto del Reino. El poder del mal era así derrotado, y las mismas obras de Jesús eran ahora realizadas por sus discípulos en el nombre y con la autoridad del Señor. Esta prueba de que el Reino de Dios había llegado al mundo era recibida con grandes expresiones de júbilo por el pueblo en general. Todos los seguidores de Jesús, en virtud de la fe y el Bautismo, pueden tener parte en su misión de hacer presente el Reino de Dios en el mundo actual. Jesús quitó el pecado, venció a Satanás y triunfó sobre el mundo, y nosotros, en Cristo, somos partícipes de esa gloriosa victoria. Fue por todos que Jesús murió y resucitó de entre los muertos. Nosotros, morimos y resucitamos con él en el Bautismo; de modo que, si vivimos de acuerdo con esta verdad, conoceremos el poder de Cristo en nuestra vida. ¡Hemos recibido la vida de Jesús, tal como si fuéramos parte de su primer grupo de discípulos!
“Cristo Jesús, Señor mío, te amo y te adoro, no permitas que nada ni nadie me aparte del camino que tú me has señalado; quiero ser discípulo tuyo y parte de tu Reino.”
Domingo 6 de octubre (27º durante el año)
Lucas 17,5-10: “…cuando hayan hecho todo lo que les ha sido mandado, digan: "Somos servidores … hemos hecho lo que era nuestro deber"
Hoy el Señor nos dice claramente que los buenos servidores de Dios saben que no son más que “siervos.” Jesús contó la parábola que hoy leemos, para demostrar que un buen servidor que ama mucho a su patrón, hace su trabajo a conciencia y se esmera en atenderlo y demostrarle respeto; no se limita a hacer “lo mínimo”, sino que posterga sus propios planes y renuncia a sus preferencias para complacer a su patrón.
Cuando uno conoce más profundamente a Cristo, se siente transformado y desea entregarse más a él. El Señor conoce todas nuestras faltas y defectos, sin embargo nos ama en forma completa e incondicional; por eso mismo, nosotros tenemos que amarlo a él sin condiciones y servirlo con gratitud y amor.
“Jesús, Señor nuestro, tu majestad llena los cielos y la tierra; sin embargo, decidiste humillarte por completo para rescatarme del pecado. Por eso, eres merecedor de todo mi amor y de mi obediencia absoluta. Señor, pongo mi vida entera en tus manos.”
MEMORIAS a celebrar en la semana
30 de setiembre MEMORIA DE SAN JERÓNIMO, DOCTOR DE LA IGLESIA.
Nació en Dalmacia (Yugoslavia) en el año 342. Sus padres tenían una buena posición econó-mica, y pudieron enviarlo a estudiar a Roma. Allí estudió latín bajo la dirección del más famoso profesor de su tiempo, Donato, el cual hablaba el latín a la perfección. Esta instrucción recibida de un hombre muy instruido llevó a Jerónimo a llegar a ser un gran latinista y muy buen cono-cedor del griego y de otros idiomas. A raíz de un sueño que tuvo, Jerónimo dispuso irse al de-sierto a hacer penitencia por sus pecados Pero allá aunque rezaba mucho y ayunaba, y pasaba noches sin dormir, no consiguió la paz. Vuelto a Roma, encontró a los obispos reunidos en un Concilio con el Papa, y habían nombrado como secretario a San Ambrosio. Pero este se en-fermó, y entonces nombraron a Jerónimo. El Papa San Dámaso, lo nombró su secretario, en-cargado de redactar las cartas que el Pontífice enviaba, y algo más tarde le encomendó un ofi-cio importantísimo: hacer la traducción de la Santa Biblia. Jerónimo, tradujo al latín, toda la Santa Biblia, y esa traducción llamada "Vulgata" (o traducción hecha para el pueblo o vulgo) fue la Biblia oficial para la Iglesia Católica durante muchos siglos.
Casi de 40 años Jerónimo fue ordenado sacerdote. Pero sus altos cargos en Roma y la dureza con la cual corregía ciertos defectos de la alta clase social le trajeron envidias y rencores
Sintiéndose incomprendido y hasta calumniado en Roma, donde no aceptaban el modo fuerte que él tenía de conducir hacia la santidad a muchas mujeres que por sus consejos se volvían penitentes y dedicadas a la oración, dispuso alejarse de allí para siempre y se fue a la Tierra Santa donde nació Jesús.
Sus últimos 35 años los pasó San Jerónimo en una gruta, junto a la Cueva de Belén. Varias de las ricas matronas romanas que él había convertido con sus predicaciones y consejos, vendieron sus bienes y se fueron también a Belén a seguir bajo su dirección espiritual. Con el dinero de esas señoras construyó en aquella ciudad un convento para hombres y tres para mujeres, y una casa para atender a los peregrinos que llegaban de todas partes del mundo a visitar el sitio donde nació Jesús.
Allí, haciendo penitencia, dedicando muchas horas a la oración y días y semanas y años al es-tudio de la S. Biblia, Jerónimo fue redactando escritos llenos de sabiduría, que le dieron fama en todo el mundo.
La Santa Iglesia Católica ha reconocido siempre a San Jerónimo como un hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la S. Biblia. Por eso ha sido nombrado Patrono de todos los que en el mundo se dedican a hacer entender y amar más las Sagradas Escrituras.
Se cuenta que una noche de Navidad, después de que los fieles se fueron de la gruta de Belén, el santo se quedó allí solo rezando y le pareció que el Niño Jesús le decía: "Jerónimo ¿qué me vas a regalar en mi cumpleaños?". Él respondió: "Señor te regalo mi salud, mi fama, mi honor, para que dispongas de todo como mejor te parezca". El Niño Jesús añadió: "¿Y no me regalas nada más?". Oh mi amado Salvador, exclamó el anciano, por Ti repartí ya mis bienes entre los pobres. Por Ti he dedicado mi tiempo a estudiar las Sagradas Escrituras… ¿qué más te puedo regalar? Si quisieras, te daría mi cuerpo para que lo quemaras en una hoguera y así poder desgastarme todo por Ti". El Divino Niño le dijo: "Jerónimo: regálame tus pecados para per-donártelos". El santo al oír esto se echó a llorar de emoción. Se dio cuenta de que lo que más deseaba Dios que le ofrezcamos los pecadores es un corazón humillado y arrepentido, que le pide perdón por las faltas cometidas.
El 30 de septiembre del año 420, cuando ya su cuerpo estaba debilitado por tantos trabajos y penitencias, y la vista y la voz agotadas, y Jerónimo parecía más una sombra que un ser vivien-te, entregó su alma a Dios para ir a recibir el premio de sus fatigas. Se acercaba ya a los 80 años.
1º de octubre Santa Teresa del Niño Jesús nació en la ciudad francesa de Alençon, el 2 de enero de 1873, sus padres ejemplares eran Luis Martin y Acelia María Guerin, ambos venera-bles. Murió en 1897, y en 1925 el Papa Pío XI la canonizó, y la proclamaría después patrona universal de las misiones. La llamó «la estrella de mi pontificado», y definió como «un huracán de gloria» el movimiento universal de afecto y devoción que acompañó a esta joven carmelita. Proclamada "Doctora de la Iglesia" por el Papa Juan Pablo II el 19 de Octubre de 1997 (Día de las misiones).
«Siempre he deseado, afirmó en su autobiografía Teresa de Lisieux, ser una santa, pero, por desgracia, siempre he constatado, cuando me he parangonado a los santos, que entre ellos y yo hay la misma diferencia que hay entre una montaña, cuya cima se pierde en el cielo, y el grano de arena pisoteado por los pies de los que pasan. En vez de desanimarme, me he dicho: el buen Dios no puede inspirar deseos irrealizables, por eso puedo, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad; llegar a ser más grande me es imposible, he de soportarme tal y como soy, con todas mis imperfecciones; sin embargo, quiero buscar el medio de ir al Cielo por un camino bien derecho, muy breve, un pequeño camino completamente nuevo. Quisiera yo también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección».
Teresa era la última de cinco hermanas - había tenido dos hermanos más, pero ambos habían fallecido - Tuvo una infancia muy feliz. Sentía gran admiración por sus padres: «No podría ex-plicar lo mucho que amaba a papá, decía Teresa, todo en él me suscitaba admiración».
Cuando sólo tenía cinco años, su madre murió, y se truncó bruscamente su felicidad de la in-fancia. Desde entonces, pesaría sobre ella una continua sombra de tristeza, a pesar de que la vida familiar siguió transcurriendo con mucho amor. Es educada por sus hermanas, especial-mente por la segunda; y por su gran padre, quien supo inculcar una ternura materna y paterna a la vez.
Con él aprendió a amar la naturaleza, a rezar y a amar y socorrer a los pobres. Cuando tenía nueve años, su hermana, que era para ella «su segunda mamá», entró como carmelita en el monasterio de la ciudad. Nuevamente Teresa sufrió mucho, pero, en su sufrimiento, adquirió la certeza de que ella también estaba llamada al Carmelo.
Cuando sólo tenía quince años, estaba convencida de su vocación: quería ir al Carmelo. Pero al ser menor de edad no se lo permitían. Entonces decidió peregrinar a Roma y pedírselo allí al Papa. Le rogó que le diera permiso para entrar en el Carmelo; el le dijo: «Entraréis, si Dios lo quiere. Tenía ‹dice Teresa‹ una expresión tan penetrante y convincente que se me grabó en el corazón». En el Carmelo vivió dos misterios: la infancia de Jesús y su pasión. Por ello, solicitó llamarse sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Se ofreció a Dios como su instrumento. Trataba de renunciar a imaginar y pretender que la vida cristiana consistiera en una serie de grandes empresas, y de recorrer de buena gana y con buen ánimo «el camino del niño que se duerme sin miedo en los brazos de su padre».
A los 23 años enfermó de tuberculosis; murió un año más tarde en brazos de sus hermanas del Carmelo. En los últimos tiempos, mantuvo correspondencia con dos padres misioneros, uno de ellos enviado a Canadá, y el otro a China, y les acompañó constantemente con sus oraciones.
4 de octubre MEMORIA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
San Francisco nació en Asís (Italia) del 1182, en una familia acomodada. Tenía mucho dinero y lo gastaba con ostentación. Sólo se interesaba por “gozar la vida”.
En su juventud se fue a la guerra y es tomado prisionero. Luego de ser liberado cae constante-mente enfermo hasta que escucha una voz que le exhortó a “servir al amo y no al siervo”. Re-torna a casa y con la oración fue entendiendo que Dios quería algo más de él.
Comenzó a visitar y servir a los enfermos y hasta regalar sus ropas o el dinero. De esta manera desarrollaba su espíritu de pobreza, humildad y compasión.
Cierto día, mientras oraba en la Iglesia de San Damián, le pareció que el crucifijo le repitió tres veces: “Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas”. Entonces, creyendo que se le pedía que reparase el templo físico, fue, vendió los vestidos de la tienda de su padre, llevó el dinero al sacerdote del templo y le pidió vivir ahí.
El presbítero le aceptó que se quedara, pero no el dinero. Su padre lo buscó, lo golpeó furiosa-mente y, al ver que su hijo no quería regresar a casa, le exigió el dinero. Francisco, ante el con-sejo del Obispo, le devolvió hasta la ropa que llevaba encima. Más adelante ayuda a reconstruir la Iglesia de San Damián y de San Pedro. Con el tiempo se traslada a una capillita llamada Porciúncula, la cual reparó y se quedó allí a vivir. Por la caminos solía saludar diciendo: La paz del Señor sea contigo”.
Su radicalidad de vida fue atrayendo a algunos que querían hacerse sus discípulos. Es así que en 1210 Francisco redactó una breve regla y junto a sus amigos se fue a Roma, donde obtienen la aprobación.
El Santo hizo de la pobreza el fundamento de su orden y el amor a la pobreza se manifestaba en la manera de vestirse, los utensilios que empleaban y los actos. A pesar de todo, siempre se les veía alegres y contentos.
Su humildad no era un desprecio sentimental de sí mismo, sino en la convicción de que “ante los ojos de Dios el hombre vale por lo que es y no más”.
Considerándose indigno, llegó sólo a recibir el diaconado y dio a su Orden el nombre de frailes menores porque quería que sus hermanos fueran los siervos de todos y buscasen siempre los sitios más humildes.
Se le atribuye haber comenzado la tradición del “belén” o “nacimiento” (pesebres) que se man-tiene hasta nuestros días. Dios le mandó el milagro de los estigmas. Murió el 3 de octubre de 1226.
¡¡Santos y Santas de Dios, rueguen por nosotros!!